El impostor
Hace unos días compartí una entrada sobre la ansiedad que siento a través de mi aprendizaje, y no fueron ni una ni dos personas que se…
Hace unos días compartí una entrada sobre la ansiedad que siento a través de mi aprendizaje, y no fueron ni una ni dos personas que se sintieron identificadas con lo describí ahí. Esa reacción debió sorprenderme… pero no lo hizo, porque he leído bastante sobre el tema en mi lucha por vencerlo.
Si no lo conocen, les presento al síndrome del impostor.
El síndrome del impostor es ese sentimiento de duda que tenemos sobre nosotros mismos y nuestras habilidades, junto con una incapacidad de interiorizar nuestros méritos y el miedo de que las personas “descubran” que no somos lo que aparentamos ser.
Los que sufrimos de este fenómeno tenemos tendencia a disminuir nuestros logros. “Todo se debe a la suerte”, “no soy tan buenos como los otros piensan que soy”. “Los retos a los que me enfrento no son tan difíciles como los de los demás”. “Cualquier persona pudo hacerlo”. Estos son los grandes éxitos del impostor, y los pone en repetición una y otra vez.
Entonces, frente a esto, ¿qué hacemos para enfrentar esta condición? Si son como yo, comienzan a buscar más oportunidades de poder demostrar su capacidad. Asumimos más retos y más desafíos en una búsqueda desesperada de poder comprobarnos a nosotros mismos que todo lo que tenemos no se debe a la suerte.
Pero lo que no nos damos cuenta es que el éxito no es la cura para esto. Al contrario, entre más éxito obtienes, más te sientes como fraude. Porque ahora tienes más responsabilidades, más personas están contando contigo a las que terminarás decepcionando, y tu inminente fracaso será mucho mayor.
Muchas de las personas que considero más capaces y exitosas, o que veo en un camino claro al éxito, son las que me han dicho que se sienten más identificadas con el síndrome del impostor.
El éxito no es una cura. Es un círculo vicioso que solo genera más y más ansiedad hasta que ya no puedes más.
Todo lo que mencioné anteriormente es sobre lo profesional, pero el síndrome del impostor puede afectarnos en cualquier parte de nuestras vidas. Puede pasarnos con nuestros amigos. Con nuestras familias. O incluso en nuestras relaciones amorosas. ¿Cuántos de nosotros no hemos estado con alguien y nos preguntamos “wow, cómo esta persona puede estar interesada en mí”?
Eso pasa.
Creo que mi experiencia con mi impostor inició (o se intensificó de una manera extraordinaria) en la universidad. Fui alguien que era considerado “inteligente” en el colegio, y en la universidad comencé a verme retado con situaciones que no podía solucionar con los malos hábitos que me había dejado mi “inteligencia” en el colegio. Y ahí fue donde comencé a decirme “ya me van a descubrir, soy un impostor y no sé nada”.
Sufrí muy malos momentos. Muchos. Hubo muchas lágrimas de frustración durante esos años. Y el graduarse fue agridulce cuando piensas (o mejor dicho, sabes) que simplemente lo lograste por suerte. Que hubo clases que no debiste pasar. Que hubo notas que no merecías. Que no aprendiste lo suficiente para tener ese título en tus manos. Y alguien se daría cuenta. Alguien, en un día totalmente normal, te pararía en la calle, te comenzaría a hacer preguntas sobre algún tema que un graduado como tú definitivamente debería saber, y te quitaría el título por ser un fraude. Y es lo que te toca.
Quisiera darles trucos o algún secreto mágico para solucionarlo… pero no lo tengo. Vivo con él cada día, y lo único que puedo hacer para que no me detenga es arriesgarme, aun cuando me sienta como un impostor. Confiar en mí, y entender que mis logros son por mi esfuerzo. Es cierto que hay suerte, pero la suerte es oportunidad más preparación. Confiar en las personas a mi alrededor, y en sus creencias positivas sobre mí. Dejar de compararme a otros, o compararme a la imagen que tengo de una perfección que nunca alcanzaré.
Hablar también ayuda. Lo hago con amigos, y lo hago con aquellos que también me dicen que se sienten igual. O escribo en este blog, como ahora.
Todos estos son buenos consejos, pero no son la bala de plata que va a matar a ese monstruo. Nos toca vivir con él, pero al final es una parte de nosotros, y si algo sí sé que funciona, es ser más amables con nosotros mismos. Somos humanos, no somos perfectos.
Hacemos errores.
Y no somos impostores.